Conquista de una fortaleza

Sep 8 • Arquitectura • 1777 Views • No hay comentarios en Conquista de una fortaleza

P. Vázquez

Un puente es siempre algo fascinante. Supone reinventar el modelo de relaciones de un lugar, o mejor dicho, de dos. Dos mundos que estaban separados de repente se pueden comunicar. Posiblemente se trate de una de las herramientas urbanísticas y territoriales más potentes que existen, con más capacidad de cambio. Pensemos por ejemplo en las vertiginosas pasarelas colgantes de Nepal, que permiten atravesar profundísimos barrancos en unos minutos, evitando así largos rodeos de horas o días para llegar al otro lado.

El caso que nos ocupa es un poco más modesto, pero significativo, como suelen serlo casi todos los relacionados con puentes.
El Castillo de Santa Cruz fue concebido a finales del siglo XVI como un baluarte defensivo de la bahía de La Coruña. Se eligió para su ubicación un islote rocoso situado frente a la costa. Esta situación aislada era perfectamente adecuada para su función militar.

Pero las cosas y sus significados no dejan de transformarse. Demos un salto de siglos hasta llegar a 1990, por ejemplo. Ahí sigue el castillo de Santa Cruz, pero convertido en un pacífico monumento que se ve desde la playa o desde el recién inaugurado paseo marítimo. Las instituciones hacen importantes inversiones económicas para que la fortaleza acabe formando parte del patrimonio público, aunque el uso al que va a ser destinada no está muy claro. Dudas en parte causadas por los deficientes accesos que el Castillo presenta. Ahora que las cosas han cambiado y ya no existe la función defensiva, las maneras de llegar a la fortaleza siguen siendo las mismas que las de toda la vida: o se esperan las horas necesarias para que baje la marea de forma que se pueda cruzar por la arena mojada, o bien hay que tratar con un curioso servicio de barquero que, cual Caronte, lleva a los visitantes de un lado al otro. Además, en las tardes oscuras de invierno a todos estos procesos se suman nuevas aventuras para acceder al Castillo. No voy a negar el atractivo romanticismo de todas estas situaciones, argumento defendido por algunos de los vecinos que se han opuesto cuando, ya en nuestro siglo XXI, se ha planteado la construcción de una pasarela peatonal que uniese pueblo y Castillo. Ya nunca más esperar al ciclo de las mareas para poder cruzar. No más tránsito en barca. El fin de la exclusividad para los más intrépidos.
Finalmente la pasarela se ha construido. Su diseño ha sido más bien… ¿austero? Calatrava, desde luego, habría proyectado otra cosa. Pero esa no es la cuestión más importante. Se ha perdido el romanticismo, como decíamos. Y a cambio la gente ha conquistado la Fortaleza. Ahora las caminatas dominicales por el paseo marítimo incluyen una larga estancia en la isla, con sus construcciones, su naturaleza y sus vistas. Y ahora la fortaleza, por fin, tiene un uso estable, como Centro de Educación Ambiental, gracias, en parte, a que los accesos han mejorado.
La pasarela se ha añadido al Castillo como símbolo de Santa Cruz. Una vez más el tiempo va colocando cada cosa en su sitio, diluyendo las desconfianzas iniciales. Y si al principio había algunos detractores de la pasarela, creo que ahora muchos de ellos protestarían aún con más fuerza si alguien decidiera retirarla. Es como el móvil, todos hemos vivido sin él, claro, pero una vez que ya se tiene…

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