Con la Iglesia hemos topado
P. Vazquez
La ventaja de viajar en coche frente al avión, tren o autobús, cuando uno atraviesa media España, es que el viaje en sí mismo se convierte en algo a disfrutar, y no simplemente en un escollo a salvar entre los puntos de origen y destino.
En un reciente viaje en automóvil de Madrid a Galicia he llegado a ser plenamente consciente de un fenómeno que antes simplemente intuía, y que voy a ir desmenuzando en el siguiente artículo. La ciudad abulense de Arévalo, lugar de descanso del mencionado viaje, fue el desencadenante. Confieso que no conocía esta villa, de manera que, como no podía ser de otra manera, nos dedicamos al paseo. Después de un buen rato llegamos a una plaza que tenía dos iglesias, y una de ellas llamó especialmente nuestra atención, porque se notaba que había sido reformada hacía poco, y dicha reforma tenia un toque modernillo.
Al entrar, la sorpresa que anticipaba el letrero exterior: la iglesia de San Martín (a la que corresponden las imágenes que acompañan este texto) había sido transformada en un museo. Desde luego la visualización de las obras expuestas creaba un ambiente inquietante en su contraste con el retablo de la iglesia de toda la vida. Lo curioso del caso es que, una vez terminado el viaje, en el punto de destino se produjo una experiencia complementaria. La iglesia de la Universidad de Santiago de Compostela, también transformada en museo, acogía una exposición sobre la evolución de la informática en las últimas décadas. Una vez más se presentaba un contraste entre columnas formadas por discos apilados y las columnas barrocas de alguna de las capillas. En ese momento recordé que ya había estado allí anteriormente, en una exposición sobre Julio Cortázar en la que uno podía escuchar el Jazz favorito del escritor o ver imágenes de él proyectadas en la penumbra de una capilla, que impedía ver cualquier otra cosa… excepto una imagen de la Virgen. Y a partir de ahí empezaron a encajar todos los recuerdos aislados. La Capilla del Oidor en Alcalá de Henares (también sala de exposición), la Iglesia de las Escuelas Pías en Madrid (sede de la Biblioteca de la UNED), otra iglesia-museo en Cuenca…
Algo pasa con el patrimonio religioso de este país. Estoy seguro de que a muchos de los lectores se les estarán ocurriendo más y más ejemplos de iglesias que han dejado de serlo para pasar a albergar otra función. Todo esto sin tener en cuenta el proceso paulatino de hibridación de los templos que lo siguen siendo, con una clara evolución hacia el hecho de compartir lo sagrado con una función museística, de exposición de los propios objetos religiosos, con cobro de entrada incluida, visitas guiadas, audífonos, y muchos de los elementos característicos de los museos. Y con visitantes que, en muchos casos, no son creyentes.
El uso que se da a las arquitecturas religiosas va evolucionando en relación a los cambios sociales y a los proyectos de rehabilitación del patrimonio que se encontraba en estado ruinoso. Quizás sea un proceso imparable que habrá que manejar con mucho cuidado, evitando que la transformación en otros usos de los templos suponga la pérdida de la cultura asociada a los mismos. Los mencionados retablos no deberían pasar a convertirse, en el mejor de los casos, en una galería de imágenes mudas y desconocidas que formen el fondo de las exposiciones, sino que igual que se explica con un texto el cuadro de la exposición temporal de turno, no pasaría nada por aclarar también qué significan las imágenes que forman parte de la exposición permanente. Unos y otros son cultura.
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