Tres años y tres días.
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Estaba yo tan ensimismado en mis actuales e importantes ocupaciones que se me pasó de largo la efeméride. Absorto en el laborioso cálculo por fuste y punta del mínimo empotramiento de un monopilote de hinca soporte de la sombrilla playera de 200 cm de diámetro, solicitada a flexotracción por efecto del viento, en el sustrato arenoso almeriense. Y en esas, voy y miro el calendario, y me percato de que hace tres días que fue el tercer cumpleaños de arkimia. No es raro el olvido. En los últimos días he aprendido a vivir sin mirar el reloj. No digo a vivir sin llevarlo, porque hace ya años que decidí que había demasiados relojes a mi alrededor –en casa, en la oficina, en el coche, en la calle, en el ordenador, en el móvil,…- como para llevar uno más atado a la muñeca. Digo sin mirarlo. Ni el propio ni el ajeno. Vivir sin tomar en cuenta la hora. Levantarse cuando uno considera que es el momento, tomarse el tiempo para desayunar sin cronometrar su duración, y no tener que consultar el reloj para decidir si ya es hora de ir a la playa, irse a comer, darse un chapuzón o acostarse. Sin saber la hora. Lo que propiamente se llama “vacaciones”, pero en su versión mental, vacación psíquica, o sea, darles cuartelillo a las cuatro neuronas de decidir. Y claro, que una cosa lleva a la otra, y de tanto olvidar el reloj uno se acaba olvidando hasta del calendario.
Pues eso, que no quería dejar pasar (demasiado) el tercer aniversario de esta vuestra casa para volver a agradeceros a tod@s l@s que os pasáis por aquí que lo hagáis, pediros que lo sigáis haciendo, y cruzar un ciberbrindis a vuestra salud.
(La imagen la tomé el año pasado casi por estas fechas, en agosto de 2008, en la playa de María La Gorda, en la península de Guanahacabibes, en el extremo suroeste de la isla grande de la República de Cuba)
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