Hoy, 31 de octubre, se celebra el
Día Mundial de las Ciudades (#WorldCitiesDay). El objetivo es llamar la atención de la comunidad internacional por los efectos de la urbanización global, impulsar la cooperación entre países y ciudades para reconocer oportunidades y así enfrentar los desafíos del crecimiento urbano descontrolado y contribuir al desarrollo urbano sostenible.
Construir ciudades sostenibles y resilientes, tema del
Día Mundial de las Ciudades 2018, es una llamada a la acción para que conjuntamente podamos repensar cómo nuestras urbes pueden convertirse en lugares para proteger y mejorar la vida de las personas, sin dejar a nadie atrás. Desde Paisaje Transversal nos gustaría sumarnos a esta iniciativa aportando nuestro pequeño granito de arena en forma de
reflexión sobre los retos urbanos actuales y las mejores maneras de enfrentarse a ellos. A continuación os dejamos un texto extraído de la introducción del
libro Escuchar y Transformar la ciudad, que hemos adaptado para la ocasión.
¿Cómo hacemos frente a los retos y problemáticas urbanas?
Desde su propio nacimiento la ciudad ha sido una construcción humana en permanente evolución. Si bien su desarrollo cuenta con una Historia milenaria y a lo largo de ella han sido muchas las etapas de su progreso y diversas las respuestas sociomorfológicas asociadas, no fue hasta la llegada de la revolución industrial cuando las urbes iniciaron un proceso expansivo sin paragón hasta situarlas, en apenas un siglo, como principal foco de estudio y motor económico para la humanidad. En los últimos cien años las principales urbes del Planeta han experimentado un crecimiento exponencial, especialmente tras la Segunda Guerra Mundial cuando se consolidó el éxodo del campo, comenzó a forjarse una nueva forma de trabajo-consumo-financiación y las periferias tuvieron expandirse para dar cabida millones de personas que buscaban nuevas oportunidades vitales y laborales rodeadas de brillantes luces, altos edificios y anchas avenidas. Paralelamente a este festín urbanizador, la desigualdad y pobreza urbanas hicieron también acto de presencia y comenzaron a causar estragos. Y con todo ello las metrópolis fueron concentrando inmensas cantidades de capital al tiempo que se iban granjeando una destacada reputación, hasta convertirse en las potencias mundiales que soy hoy en día.
El desaforado y descontrolado progreso ha sido denunciado a lo largo de la Historia reciente por numerosas voces; pero también por entidades internacionales tan relevantes como las Naciones Unidas. Esta preocupación institucional tuvo su primera escenificación a nivel global en la Cumbre de la Tierra de 1972 en Estocolmo y, especialmente, en la
Primera Conferencia de Naciones Unidas sobre asentamientos humanos (HABITAT I) celebrada en Vancouver en 1976, en la que por primera vez en la Historia se insta a los Gobiernos Nacionales a reconocer la magnitud y las consecuencias de la rápida urbanización del Planeta. Su celebración vendría remachada por la aprobación a finales de ese mismo año de la Declaración de Vancouver, que recogía un plan de acción con 64 recomendaciones para los países.
Estos dos acontecimientos fueron la antesala necesaria para la redacción, una década más tarde, del influyente
Informe Brundtland de 1987 –que toma el nombre de su precursora, la exprimera ministra noruega Gro Harlem Brundtland- cuando se enfrenta y contrasta el efecto del desarrollo económico actual junto con sus costes sociales y ambientales, además de asentar las bases conceptuales y la propia definición del concepto sostenibilidad.
A partir de entonces se inaugura un periodo para la reflexión y la acción en forma de distintos eventos y documentos en los que se establecen los ejes que ha guiado las políticas urbanas hasta nuestros días: la Cumbre de Río en 1992, HABITAT II que tuvo lugar en Estambul en 1996, la Carta de Leipzig sobre Ciudades Europeas Sostenibles de 2007, Conferencia de Desarrollo Sostenible Rio +20, etc. De esta manera, a lo largo de las últimas tres décadas, se han ido determinando los retos a los que se enfrentan las ciudades, así como la forma en la que las Administraciones Públicas deberían hacerles frente.
Desde la perspectiva que nos da hoy el tiempo transcurrido, pareciera que todo este empeño por hacer de la Tierra y nuestras ciudades lugares más habitables, igualitarios y sostenibles sufriera de cierto síndrome de Sísifo: un volver a empezar continuo en el que cada veinte años se renuevan los votos por salvar a la Humanidad del atolladero en el que se encuentra. Sin embargo, creemos que a diferencia del mito griego, la piedra con la que se ha cargado durante tanto tiempo ha ido avanzando y actualmente no nos encontramos en el mismo punto de partida. Por un lado hemos se han delimitado los principales problemas de nuestros entornos urbanos y, por otro, se ha progresado enormemente en la manera en la que les debemos de hacer frente, aportando instrumentos, programas, procedimientos y financiación al respecto.
Y con estos mimbres se llega a la que parece la llamada definitiva para la resolución de los males urbanos que nos asolan. Actualmente estamos viviendo un periodo de transición histórica en el diseño de las políticas internacionales auspiciado por
la Agenda 2030 de las Naciones Unidas. Este documento y
los 17 Objetivos de Desarrollo Sostenible definidos en él son el espejo en el que reflejan los distintos instrumentos legales que se han comenzado a elaborar y que determinarán las hojas de ruta a seguir por los países y regiones de todo el mundo durante los próximos años.
Así
la Nueva Agenda Urbana redactada por la ONU-Hábitat y las diferentes Agendas Urbanas derivadas que están en proceso de elaboración, constituyen el sustrato del marco normativo al que ineludiblemente cualquier política y acción vinculada a la transformación urbana debe atender.
En este sentido es importante destacar que desde hace una década se está produciendo una profunda
revisión del urbanismo a nivel tanto europeo y mundial, mediante la cual la idea de Desarrollo Urbano Sostenible (DUS) ha tomado especial protagonismo. Lo cual ha supuesto también un cambio de paradigma en la manera de construir ciudad, en el que la integralidad -la inclusión de factores y miradas disciplinares distintas en los procesos de transformación urbana de manera coordinada- y la participación social se conciben como verdaderos motores de este cambio.
Desde esta óptica se entiende que la ciudad como ente vivo y complejo, requiere de herramientas que incorporen estas premisas. Por lo tanto, es necesario reunir elementos que van más allá de los límites del planeamiento urbanístico y que son también vitales para el éxito los procesos urbanos colaborativos. Para lo cual resulta ineludible definir nuevos instrumentos de planificación urbana capaces de aportar prospectiva a través de la definición de estrategias que permita adelantarse y adaptarse a las situaciones cambiantes que puedan acontecer, al tiempo que dan respuesta a las necesidades más acuciantes a través de acciones tácticas.
En consecuencia, alinear los proyectos y políticas urbanas dentro de esta urdimbre conceptual pasa forzosamente por atender al menos a dos claves que presentamos aquí: la integralidad y la participación ciudadana.
En definitiva, abordar los retos urbanos actuales y futuros pasa necesariamente por que las ciudades comiencen a elaborar una planificación urbana integral y participativa que les permita no solo solucionar las cuestiones más acuciantes, sino establecer una metodología de trabajo con la cual afrontar las situaciones venideras que a día de hoy seguramente no somos capaces de imaginar.
Integralidad
La idea de integralidad aplicada tanto a la planificación como al planeamiento urbanos, es importante remarcar que hace alusión a los conceptos de integración tanto horizontal como vertical. El primer planteamiento hace referencia a abordar el proyecto urbano considerando de manera transversal las diferentes perspectivas, factores (urbanísticos, sociales, ambientales, económicos, etc.) y departamentos que inciden sobre la ciudad y un proyecto de estas características. La segunda idea pone el acento en la alineación del proyecto urbano tanto con las diferentes políticas y marcos de ámbito supramunicipal (regional, estatal, europeo, etc.) por arriba, como con las necesidades enunciadas desde la base social y ciudadana que provienen desde abajo.
Bajo nuestro punto de vista, para lograr introducir estas dos perspectivas en el urbanismo es imprescindible comenzar a tender puentes de cooperación y diálogo entre los diversos agentes que intervienen en el territorio en tres ejes de trabajo confluyentes: La “Interdepartamentalidad”, la “Transdisciplinariedad” y “Colaboración entre agentes”.
- La interdepartamentalidad alude a hacer permeable la consabida departamentalización interna de la Administración Pública. De esta manera, el trabajo interdepartamental debe incorporar estrategias para una colaboración entre diferentes departamentos: Urbanismo, Asuntos Sociales, Movilidad, Promoción Económica, Medio Ambiente, Participación Ciudadana, Comunicación, etc.
- La transdisciplinariedad busca romper con una concepción de los saberes como departamentos estancos y hacer converger las diferentes disciplinas –urbanismo, medio ambiente, sociología, economía, geografía, etc.- desde el origen mismo del proyecto urbano.
- La colaboración entre agentes hace referencia al diseño de espacios y dinámicas que permitan la cooperación entre los diversos actores que operan sobre el territorio. Esto supone que las instituciones deben ser capaces de impulsar procesos de trabajo conjunto entre los tres grandes grupos de agentes que actúan sobre el territorio: ciudadanía, Administración Pública y proveedores, entendidos éstos últimos como organizaciones que aportan servicios y productos (sector privado) como de conocimiento (Universidades, entidades cient´ficas, etc.) a los procesos de transformación de las ciudades.
Participación ciudadana
Íntimamente ligado al punto anterior, aparece la participación ciudadana como un elemento clave tanto de la construcción democrática de la ciudad en general, como en la del urbanismo colaborativo en particular. Pero más allá de sus valores éticos, la participación también es una inmejorable fuente de innovación y canal para enriquecer los proyectos urbanos, que permite adecuarlos a las necesidades de la población. Para lo que consideramos que
es imprescindible poner en marcha procesos participativos que permitan aunar la visión técnica de los urbanistas y las percepciones ciudadanas.
Desde nuestro de vista, si el urbanismo quiere recuperar su espíritu primigenio y ser una herramienta para la transformación social, es vital que se aporten mecanismos más efectivos para la legitimación democrática del planeamiento. Y ello supone que la participación ciudadana se conciba como un elemento esencial que coadyuve a que el diseño del planeador encuentre elementos de juicio y de análisis más y mejor contrastados, permitiendo incorporar las necesidades y visiones heterogéneas de la población y facilitar un proceso de toma de decisiones guiado por el bien común, no solo más transparente, sino también más racional y acertado.
Desde
Paisaje Transversal entendemos que la participación no es preguntar a la gente lo que quiere. La participación es construir con la gente lo que quiere; descubriendo en el proceso nuevas necesidades y deseos, que suplanten a aquellos que se desvelen como superfluos o atávicos. De esta forma, podemos entender la participación como una acción colectiva de una comunidad para la mejora de su entorno y sus relaciones. Por lo que no solo se plantea como la mejora de un territorio, sino de un ecosistema, entendido este como el medio más las relaciones que se dan en él (sociales, políticas, ambientales, económicas, etc.). De esta manera
ante la creciente reificación de la participación ciudadana, cabe reivindicarla como un mecanismo de transformación social y urbana.
En este sentido, la participación ante todo es un medio, no un fin. Un proceso, no un objeto. Una forma de construir en común desde nuestras singularidades, que ha de adaptarse y reconfigurarse atendiendo a los ritmos y necesidades de la comunidad. Por lo tanto, la participación tiene que estar dirigida a generar espacios de aprendizaje colectivo, que permita la construcción del procomún desde la multitud.
Por lo tanto, si queremos desarrollar procesos de urbanismo colaborativo nos tenemos que armar de metodologías y herramientas que garanticen la implicación social en la toma de decisiones, así como que permitan vincular la perspectiva ciudadana con nuestras capacidades técnicas de urbanistas para el análisis y diseño urbanos. Y es que solamente desde la combinación entre la visión técnica del urbanismo y la participación ciudadana podremos lograr que las ciudades y los asentamientos humanos sean más inclusivos, justos y ecológicos.