#Papers57: Ciudad global versus ciudad local (Parte I)
• 1359 Views • No hay comentarios en #Papers57: Ciudad global versus ciudad local (Parte I)Rozamos los límites del planeta
El primero es el hecho de que por primera vez en la historia, la humanidad ha visto que existen límites reales que condicionan todo. Desde las expectativas hasta los valores, pasando por las propias formas de distribuirse por el territorio. Límites que, además, están muy cercanos. En el año 2000 se calculó por primera vez la huella ecológica de la totalidad del planeta atendiendo a siete indicadores, y los resultados fueron espectaculares: resultó que se utilizaban alrededor de 164 unidades de medida pero que la bio-capacidad del planeta era sólo de 125 millones, lo que significaba un exceso del 31%. Esta situación es bastante reciente. Los cálculos indican que en los años sesenta del pasado siglo (el XX) la actividad humana consumía el 70% de lo que el planeta era capaz de producir, pero ya a principios de los años ochenta se alcanzaba el 100%, y en estos momentos estamos por encima de nuestras posibilidades, es decir utilizando los ahorros obtenidos a lo largo de los siglos[1].
Este cambio se ha acelerado debido a la tendencia del planeta a organizarse como una «ciudad global». Si analizamos con un poco de detalle en qué ha consistido ese invento tan exitoso llamado ciudad veremos algunas cosas que llaman la atención. La primera es que las ciudades son elementos de muy baja entropía, con una organización tan fuerte que requiere para mantenerla altos consumos de energía y que degrada el medio. Es decir, las áreas urbanas necesitan desprenderse de la entropía que les sobra y la única forma que tienen de hacerlo es volcándola en un medio no antropizado: la naturaleza. La evidencia es clara: si todo es ciudad no hay ningún sitio donde podamos desprendernos de la entropía que sobra[2]. La segunda es que todo el sistema se ha ido basando de forma progresiva en el transporte cada vez a mayores distancias de energía, agua, materiales, desechos, alimentos o, incluso, personas. El dispendio ecológico que implica es ya insostenible para el conjunto del planeta.
De todos los estudios y trabajos de investigación que se están realizando parecen deducirse con bastante claridad que necesitamos de naturaleza que se encargue de reconvertir la entropía (el desorden) que nos molesta. Y, además, que resulta imprescindible una vuelta a lo local que invierta la tendencia de buscar y llevar todo cada vez más lejos. Es ya imprescindible acudir a los materiales del sitio, la agricultura de proximidad, aprovechar los servicios de los ecosistemas, ser autosuficientes en agua y energía. Hay que empezar a desterrar todo el planeamiento estratégico basado en unir nuestra ciudad con decenas de flechas en el mapa con Sanghai, New York, Lima, Estocolmo o Barcelona. Esto no tiene razón de ser más que en un estado de inconsciencia colectiva o una patología social que nos está llevando como los lemmings hasta el borde del acantilado (después de atravesar miles de kilómetros arrasándolo todo) para intentar seguir con su forma de vida también en el mar donde todos sabemos (menos ellos) que no tienen nada que puedan comer[3].
Porque el problema no está sólo en la cantidad de hectáreas que ocupa la urbanización. Aunque es cada vez mayor, no sobrepasa el 3% de la superficie del planeta. La verdadera dificultad se plantea en la forma en que ocupa el territorio. Probablemente el sistema urbano tradicional con las ciudades reconcentradas en sí mismas y unidas unas con otras con hilos de comunicaciones débiles y que suponían barreras fácilmente superables para la naturaleza, podría conseguir que los territorios soportaran bastante más de ese 3% de superficie ocupada. Pero, a partir de los años cincuenta del pasado siglo XX, con la masificación del automóvil privado, la ciudad empezó a comprender que lo verdaderamente importante no era de la distancia a la que uno se encontraba de las cosas, sino el tiempo que se tardaba en llegar a ellas. Entonces comenzó un proceso de ocupación del todo el territorio con elementos de infraestructura (sobre todo de comunicaciones) muy impactantes que empezaron a suponer verdaderas barreras infranqueables para las áreas de naturaleza. El territorio se empezó a fragmentar en millones de esquirlas antrópicas unidas todas entre sí que dejaban medio aisladas las áreas naturales, convirtiéndolas auténticos relictos sin posibilidad de recuperación ecológica y, por supuesto, sin capacidad de reciclar la entropía de que la ciudad quería desprenderse[4].
La situación, por tanto, desde el punto de vista de los límites del planeta es crítica y representa una novedad en la historia humana. No es que esté cambiando alguna de las variables que conforman la gran ecuación que determina el funcionamiento del ecosistema urbano, es que todos los datos parecen indicar que se está produciendo un cambio en la propia ecuación. Según autores como Jaume Terradas[7] aunque las ciudades son ecosistemas no son ecosistemas como los demás, tienen un funcionamiento en cierta forma, distinto y muy dependiente de los recursos externos. Sin embargo, todos los ecosistemas tienen un comportamiento parecido en lo que respecta a su evolución: esta no siempre es lineal. Existen momentos en los cuales hay cambios bruscos e irreversibles y todo parece indicar que estamos ante uno de ellos. Por tanto es necesario empezar a preparar a uno de los mayores inventos técnicos de la Humanidad, como es la ciudad, para funcionar con una ecuación diferente a la que venía funcionando hasta ahora. Y no es porque sea mejor ni peor. Es, sencillamente porque estamos obligados a ello.
La nueva cultura global
Las nuevas tecnologías aplicadas a la información y a la difusión son el otro elemento que ha modificado de forma espectacular el sistema. Los arquitectos conocemos muy bien qué está pasando porque afecta, en primer lugar, y de manera determinante a las formas. Poco a poco, la publicidad de las multinacionales, los grandes iconos edificatorios, las marcas, la moda, van uniformando los gustos, los símbolos, la capacidad de mirar. Las diferencias formales y funcionales ya no son el resultado de las condiciones del contexto sino que surgen de la necesidad de destacarse, de singularizarse en un magma común[8].
Una cultura concreta surge de una evolución histórica ligada a múltiples factores que van desde los topográficos y climáticos hasta los propios de los valores y el conocimiento. Uno de los más importantes, por supuesto, es la sujeción a un marco territorial específico urbano y natural, que constituye la referencia física de la identidad. Según Halbwach, sin esta referencia física los recuerdos no se mantienen y los grupos acaban por desaparecer[9]. Pero muchos de los elementos fundamentales que caracterizan estas culturas concretas resultan incomprensibles para los sujetos ajenos a ellas. De forma que en el mundo actual en el que confluyen miles de formas, valores, funciones, paisajes y necesidades específicas de territorios e historias distintas, todo lo no común tiene graves dificultades para ser comprendido y los significados se pierden.
Esta cuestión, planteada desde la ciudad y la arquitectura es determinante en el cambio que se está produciendo. Ya lo señaló Koolhaas[10] en su momento y se han dedicado muchas horas al análisis de esos edificios y piezas urbanas (incluso ciudades enteras) que se repiten indiferentes a los climas, la topografía, la historia o los valores, y que se sitúan en cualquier lugar del planeta produciendo disfunciones y faltas de eficiencia clamorosas. Escribía recientemente en un artículo: “Así, se sustituyen las actuales realidades urbanas incomprensibles para los foráneos en tuits comprensibles. Hay que dejar reducida la imagen de la ciudad a ciento cuarenta caracteres. Y los mejores tuits urbanos son, precisamente, las obras de arquitectura. Además, dado que los tuits deben ser legibles en todos los idiomas, no podemos basarlos en las culturas locales sino que es imprescindible recurrir a formas genéricas que se entiendan en el mundo global”[11].
De forma que las grandes cadenas de TV, los periódicos, Internet, van laminando las diferencias culturales, éticas o formales, sustituyendo los sistemas culturales locales por los globales. El futuro (que es casi ya) es desolador. Desolador desde el punto de vista de algo básico para el progreso: la necesidad de mantener la diversidad. Esto que no termina de entenderse bien lo ha resuelto ya la naturaleza. Hay ecosistemas que son, en sí mismos, diversos. Pero hay también zonas de frontera, ecotonos en los que residen, básicamente las posibilidades de variación[12]. No se trata de ir mezclando todas las culturas como si fueran colores en una paleta hasta que todo se vuelva gris. Son imprescindibles los colores puros que nos permitan las mezclas de las que pueden salir todos lo tonos que se nos ocurran. Cuando toda sea una masa gris se terminará la posibilidad de progreso. Y es que el progreso se produce en las zonas de frontera pero sólo es posible si existe la diversidad. Si existe una cultura gallega y una cultura andaluza en las zonas de frontera probablemente aparecerá algo nuevo que permitirá avanzar en determinados campos. Pero si esta nueva cultura elimina a las que la posibilitaron, en lugar de tener tres tendremos sólo una la galaico-andaluza y estaremos, desde el punto de vista de la diversidad, peor que cuando teníamos dos. Si el proceso se repite al final sólo quedará un único sistema de formas, valores y significados. Esta confrontación masiva, que posibilitan los medios con los que contamos, aumenta espectacularmente las relaciones entre los elementos (que es una de las bases de la complejidad). Pero esta confrontación puede dar lugar a una disminución de los elementos (es decir, de la diversidad) bien porque uno se imponga a todos los demás, bien porque todos se mezclen hasta que sólo quede el gris, y la resiliencia del sistema disminuirá drásticamente. Claro que hay que mantener las conexiones, son una de las fuentes de la complejidad. Pero también hay que mantener la diversidad que es la otra[13].
Ambos caminos nos conducen, inevitablemente, a una reconsideración de lo local que pasa de ser la rémora a ser la posibilidad de mantener el progreso. Se lleva años hablando de lo glocal, pero sólo ahora empezamos a percatarnos que lo «glo» se está imponiendo de forma definitiva a lo «cal». Y esto no debe de pasar, porque entonces las posibilidades de avanzar serán escasas y la vulnerabilidad aumentará de forma muy importante. Además, los peligros del pensamiento único desde la perspectiva del poder totalitario son muy importantes. Por este camino van los intentos centralizadores de la información que proponen las llamadas Smart Cities. El peligro de que el control total, tanto de la construcción de la ciudad, como de la organización de la propia sociedad, pase a manos de muy pocos es evidente. De forma que este segundo mecanismo derivado de la globalización presenta componentes perversos que hay que considerar necesariamente. El fenómeno que empezó por los medios de comunicación de masas, los oligopolios de la información tanto de la prensa como la radio y la TV, ha alcanzado ya a la pretendida panacea de la globalización que es Internet[14].
La desconfianza, debido a la manipulación que se está introduciendo en la información que recibimos diariamente, ha minado de forma muy importante las posibilidades reales de que las nuevas tecnologías se constituyan en herramientas válidas de ayuda para los nuevos tiempos. Por ejemplo, los «gabinetes de viralidad» que están creando todos los partidos y grupos de presión para modificar la opinión global en Internet, o la específica de grupos concretos, nos demuestran que la manipulación en la Red puede llegar a alcanzar cotas nunca vistas en otros medio de comunicación[15]. De forma que nos encontramos con el peligro de la sustitución de una miríada de culturas locales por una única cultura global, mucho más fácilmente controlable ya que el poder y los grupos de presión tienen en sus manos todos los elementos para crear tendencias, pensamiento (único), valores y expectativas. La relación personal entre el político y el representado se vuelve icónica convirtiéndose en relación entre la imagen del político y la ciudadanía con la pérdida consiguiente del fundamento democrático.
Materiales para el cambio
Ante esta nueva situación, sin parangón en la historia de la Humanidad, se están empezando a producir reacciones de defensa, probablemente tímidas todavía pero que se detectan con bastante facilidad.
La primera, muy clara, es la vuelta a la consideración de la distancia como algo básico en la organización de nuestras ciudades. Tanto en las distancias cortas con los intentos de retomar lo local desde las relaciones de proximidad[16], como en las distancias largas con el cambio de un movimiento centrífugo característico de la ciudad del siglo XX, por otro centrípeto centrado en la reconsideración de las áreas urbanizadas (algunas no responden al patrón tradicional de lo que es una ciudad) en conjunto con el territorio que las sustenta. La segunda, también relacionada con ésta, agrupa los intentos de experimentar con nuevas formas de gobernanza[17] que permitan recuperar la confianza perdida en las instituciones democráticas. No parece muy claro qué se va a poder hacer en el ámbito global pero, en cambio, se están produciendo bastantes propuestas desde lo local. Y en tercer lugar parece imprescindible cambiar las herramientas con las que contamos para organizar, ordenar y diseñar nuestros territorios. Cambios tan profundos, tanto en el ámbito planetario como en el social, no pueden estar soportados por unas herramientas de planificación pensadas para resolver el problema de la ciudad industrial cuando los que tenemos encima son los derivados de la ciudad global[18].
Trataré de analizar estos aspectos aunque centrándome, debido a mi especialidad, más en las cuestiones de organización territorial y herramientas, que en las de gobernanza.
[1] Pueden verse, entre otros, los trabajos sobre la huella ecológica del planeta en Mathis Wackernagel, Larry Onisto, Alejandro Callejas Linares, Ina Susana López Falfán, Jesus Méndez García, Ana Isabel Suárez Guerrero, Ma. Guadalupe Suárez Guerrero: Ecological Footprints of Nations: How Much Nature Do They Use? How Much Nature Do they Have?. Comisionado por el foro de Rio+5. International Council for Local Environmental Initiatives, Toronto, 1997.
[2] Puede ampliarse el concepto de entropía tal y como se aplica en este texto en Fariña, J. y Ruiz, J: “Orden, desorden y entropía en la construcción de la ciudad”, en Urban 7, pp. 8-15, 2002. Y sobre la forma de calcularla y el concepto en Fariña, J.: Cálculo de la entropía producida en diversas zonas de Madrid, Instituto Juan de Herrera, Madrid, 1995 (1ª ed. 1993).
[3] El comportamiento depredador se puede encontrar no sólo en el ser humano sino en muchos otros casos. Hasta el punto de imposibilitar la propia supervivencia. Ver Peter Turchin: Complex Population Dynamics: A Theoretical/Empirical Synthesis. Princeton University Press. 2003 .
[4] Fariña, J.: “Asimetría e incertidumbre en el paisaje de la ciudad sostenible”, en Ingeniería y Territorio, nº 75, pp. 4-10, 2006.
[5] Naredo, J.M.: “Sostenibilidad, diversidad y movilidad horizontal en los modelos de usos del territorio”, en el Primer Catálogo Español de Buenas Prácticas, pp. 33-39, Ministerio de Obras Públicas, Transportes y Medio Ambiente, Madrid, 1996.
[6] Pueden verse algunas estimaciones al respecto en Serrano, A y Mata, R: “Energía, transporte, ciudad y territorio ¿hacia dónde vamos? En Ciudad y Territorio Estudios Territoriales nº 171, 2012.
[7] Los planteamientos sobre la ciudad como ecosistema tienen ya bastantes años. Como ejemplo puede verse Terradas, J.: Ecología Urbana, Rubes, Barcelona, 2001.
[8] Es ya clásico el libro ya clásico de Rem Koolhaas Delirious New York: A Retroactive Manifesto for Manhattan y que publicó en 1978, pero un enfoque más moderno y divertido puede encontrarse en Muñoz, F.: Urbanalización. Paisajes comunes, lugares globales, GG, Barcelona, 2008.
[9] Halbwachs, M.: La topographie légendaire des Évangiles en Terre Sainte, étude de mémoire collective, Presses universitaires de France, Paris, 1941.
[10] Koolhaas, R.: La Ciudad Genérica, Gustavo Gili, Barcelona, 2008.
[11] Fariña, J.: “Convirtiendo el paisaje urbano en un tuit” en El Blog de José Fariña, 24 de febrero de 2013
[12] Sobre el tema de los ecotonos existe mucha bibliografía. Para los efectos de este artículo puede ser interesante leer Burel F. and Baudry J: "Social, aesthetic and ecological aspects of hedgerows in rural landscapes as a framework for greenways", Landscape and Urban Planning, n. 33, 1995.
[13] Fariña, J.: “Cálculo de la entropía producida en diversos sectores de la estructura urbana de Madrid”, Cuadernos de Investigación Urbanística, nº 10, 1995.
[14] Aunque aquí podría incluir multitud de referencias, empezando por Manuel Castells y terminando por Juan Freire, aprovecho para reivindicar la figura de Neil Postman discípulo de Marshall Mcluhan y que se anticipó bastante a las modernas teorías al respecto. En particular sus libros Technopoly: the surrender of culture to technology, y también How to watch TV news.
[15] Como puede comprenderse aquí no se plantea el termino “gabinetes de viralidad” aplicado a la política en el mismo sentido en el que lo emplea, por ejemplo, Benjamín Arditi en sus obras.
[16] Chalon C., Cleck, D., Magnin, G., Vouillot, H.: Pour un nouvel urbanisme. La ville au coeur du développement durable, Yves MICHEL, 2008.
[17] Muchas de las obras de Saskia Sassen tratan este tema, pero una de las últimas, puede dar idea de sus propuestas actuales, tal como Territorio, autoridad y derechos, De los ensamblajes medievales a los ensamblajes globales, editorial Katz, 2010.
[18] Fariña, J. y Naredo, J.M.: Libro blanco de la sostenibilidad en el planeamiento urbanístico español, Ministerio de Vivienda, Madrid, 2010.
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