Frustración y asco en Las Vegas

Mar 10 •

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He leído el articulo publicado por el profesor Boned Purkiss sobre los concursos de arquitectura en Soitu, dado mi habitual escepticismo y dado que ya se me ha pasado el puente-glow, voy a discrepar, amigablemente, con el profesor que, a mi modo de ver, tiene una ensalada de las de aliñar con un machete y un tridente.

Dejare de lado que le niego la mayor sobre Corrales. Cuando el excelso Jose Antonio ganaba concursos a cascoporro, había en España cuatro arquitectos en guerrilla. No creo que se presentaran 500 a cada concurso, algunos con un ejército de mano de obra gratuita-estudiantil encastrada en el estudio. Por otra parte conocida es la leyenda urbana de que algunas estrellas de relumbrón “enmascaraban” su nombre para ponerse tibios de hacer bloques más o menos alimenticios. (Por ejemplo en mi caso Jose M. Echarte R., pasaría a ser J. Maria E. Ramos).

Empezare por el titulo, “¿Hay que creer en los concursos de arquitectura?”. Esto es como preguntar si hay que creer en la democracia. Repito lo que ya dije en su día, es el único sistema serio. Vuelvo a Churchill, es el peor de los sistemas, con excepción de todos los demás. Me acerco ahora tangencialmente a Wilde, que haya concursos aunque algunos sean vergonzosos y vergonzantes.

Por otra parte debo discrepar sobre los motivos que dividen actividad privada y publica. No se trata de que los compañeros que se dedican al trabajo privado desprecien los concursos por que “no se fíen” de los jurados. Se trata de que ni los tienen en consideración. Se trata simplemente de una cuestión de rentabilidad. El trabajo privado presenta una rentabilidad inmediata y mucho más alta. El publico, si la estadística no falla y se gana uno de cada diez (que no es mala media), supone un mayor esfuerzo no retribuido. A cambio ofrece (casi siempre, ojo) una mayor libertad y un mayor control sobre el proyecto y la obra. Por otra parte el privado se mueve con las fluctuaciones del mercado (ver época actual) mientras que el público puede mantenerse con más facilidad, o digamos mejor con la misma dificultad, en épocas de bajada de la inversión privada. Nada que ver por tanto con un juicio moral sobre los jurados, sino más bien con la pura y dura economía.

El profesor Boned, hace referencia a los concursos de múltiples formatos que existen. Llamémoslos concursos por costumbre, por uso consuetudinario si ustedes quieren, pero los concursos por invitación, o los de doble vía, incluso los de proyecto y obra, no son estrictamente concursos. Son otra cosa. Asignaciones digitales, asignaciones digitales camufladas o intentos de ahorrarse tres meses en una adjudicación (Único motivo de la existencia de los “proyecto y obra” en los que se pone a la zorra a cuidar a las gallinas). No creo que den cabida a un variado espectro de profesionales. Se la dan a los mismos. A menos que por espectro entendamos, los enchufados, los que no, los que tienen el carné que toca en ese momento, los que han militado (ni piensan) en su vida, o los que son maestros del fino arte de estar siempre delante del dedo regio y selector de nuestros políticos.

Si embargo, donde el profesor Boned se mete en un jardín de proporciones amazónicas, donde se va de safari a la jungla con Ray Charles como guía es cuando sin ningún miedo afirma que:

Parece que el sistema de adjudicación evoluciona hacia el concurso restringido. […]. Lo que se pretende en principio con este tipo de competiciones entre arquitectos de prestigio está muy claro: la Administración no está dispuesta a arriesgar ni a realizar pruebas y ensayos con los fondos públicos. Lo evita basándose en una acreditada calidad previa de los concursantes, a través de una auténtica y rigurosa criba, confiando así en asegurar un resultado arquitectónico política y económicamente correcto, que será llevado a buen fin por el incuestionable hecho de la solvencia profesional de la firma.

Pero hombre de Dios. Donde ha estado usted metido estos últimos años. La administración, SIEMPRE, esta dispuesta a arriesgar, a realizar pruebas y ensayar con los fondos públicos y, en otras palabras, a gastarlos como si fueran el dinero del monopoly. La administración tiene un master en “Gasto descontrolado”. Un doctorado en “Obras suntuarias y desvíos de presupuesto”. Lo que pretende la administración es simplemente, hacerse la foto. No  evita ningún tipo de riesgo. Y sobre todo, hablar de autentica y rigurosa criba, en un concurso que, no nos engañemos, es “a dedo”, suena a tango porteño. 

Estimado compañero, mírese esto y tiemble, después de haber llorado. O reído según se mire, que la cosa no deja de ser de un humor negro que haría temblar al mismísimo Hitchcock. La administración esta dispuesta a pagar autenticas pastizaras a estrellas de relumbrón mediático, sin tener muy claro lo que quiere, solo por que es lo que han leído en un dominical o en cualquiera de las otras fuentes de conocida solvencia de las que beben nuestros doctos próceres. Si pagar una morterada por UN SOLO proyecto, sin poder elegir, cuando por coste cero (y mucho menos en honorarios) podrían tener 200 propuestas, es no estar dispuesto a arriesgar, que baje el fantasma de Keynes y lo vea.

Por otra parte me parece curioso que el triple filo de este tipo de (ejem) concursos, sea para el profesor el estado psicológico de aquellos no seleccionados o su perdida de prestigio (Pobrecitos ellos), o la indolencia de aquellos agraciados por la designación áurea de nuestros políticos.

No me imagino yo a Rem Koolhas, o a sir Norman en plan la Zarzamora, llora que llora, por no haber sido seleccionados, al igual que tampoco me los imagino tirados a la bartola al grito de “ya esta todo hecho”. Tampoco creo que afecte excesivamente a su ya amplia cartera de clientes, ni que nadie les ponga el estigma de “No Seleccionados”, por que, si ellos llevan el estigma, yo por ejemplo (que no tengo una mala media, creo) debo ser una llaga humana.

Sin embargo lo preocupante es que estos sean los filos que le ve al asunto. ¿Que me dice de lo caciquil del sistema? ¿Del tufo a bienvenido Mr. Marshall que destila, con discurso de Pepe Isbert en el balcón de la alcaldía incluido? ¿Qué me cuenta de la desvergüenza de pagar hasta un 20% en honorarios en un alarde de paletismo rancio cuando lo normal en este país es un 4% (y eso dando gracias)? ¿Qué de la sensación de que nuestros políticos están comprando libros por kilos para llenar estanterías aunque sean de Danielle Steel mientras tengan buen lomo? ¿Qué de la absoluta falta de transparencia que suele envolver todos estos procedimientos?

No creo que el sistema de concursos genere ningún escepticismo. Repito, los concursos restringidos son una farándula, un show, una forma de salir en los periódicos pero no son, para mi, concursos. Respecto a la frustración, no creo que se pueda comparar la de los pobres invitados y sus estigmas de “no seleccionados” con la que me produce a mi leer esto. Frustración y algo de asco oiga, que quiere que le diga.

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